Querida Mamá Juanita,
Hoy, en este artículo, quiero honrar tu memoria con palabras que apenas pueden capturar la grandeza de tu ser y el impacto que has tenido en mi vida. Como tu hijo, Enoc, me siento privilegiado de haber sido amado por ti, de haber sido guiado por tu sabiduría y de haber sido sostenido por tu inquebrantable amor.
Cuando te fuiste, el mundo perdió una luz inigualable. Perdí a la persona que más me quiso, la que mejor me conocía, la que todo lo perdonaba. Tu ausencia dejó un vacío imposible de llenar, un eco de cariño que resonará eternamente en mi corazón.
Tu amor maternal era un refugio en los días de frío y tormenta. Eras mi confidente, mi consuelo, mi guía. Tu voz resonaba en cada consejo sabio, en cada palabra de aliento, en cada gesto de ternura. En los momentos de debilidad, eras mi fortaleza, la roca sobre la cual construí mi vida.
Cada Navidad, cada cumpleaños, cada hito importante, tu ausencia se hace sentir con una intensidad abrumadora. Anhelo poder compartir contigo mis alegrías y mis triunfos, pero tu silla permanece vacía, recordándome que ya no estás físicamente a mi lado. Sin embargo, tu presencia sigue viva en cada recuerdo, en cada enseñanza, en cada momento compartido.
Tu amor incondicional me enseñó a ser compasivo, a ser generoso, a ser fuerte. Fuiste mi ejemplo de entrega, de sacrificio, de dedicación. En cada gesto de amor, en cada sacrificio silencioso, en cada sonrisa radiante, vi reflejado el amor más puro y desinteresado que jamás conoceré.
Mamá Juanita, el mundo nunca será el mismo sin ti. Tu partida dejó un vacío que nada ni nadie podrá llenar. Pero tu legado de amor perdurará por siempre en los corazones de aquellos que tuvimos el privilegio de conocerte y amarte.
Hasta que nos volvamos a encontrar en el abrazo eterno del amor divino, te llevo conmigo en cada latido de mi corazón.
Con amor eterno,
Enoc
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