Un amor que aún duele... tantito

Hay amores que no terminan cuando lo hacen. Se quedan ahí, flotando entre lo cotidiano y lo insoportable, como si la costumbre fuera su única forma de seguir existiendo. Así es la historia de ellos dos: un amor separado por el destino, pero no por la presencia.

Cada mañana, de lunes a viernes, sus caminos se cruzan. Sus miradas se rozan apenas, como si el tiempo no les diera permiso de más. Ella camina como si nada, como si el pasado hubiera sido solo un capítulo menor, como si el amor que un día la desbordó, ya no tuviera peso. Su sonrisa no tiembla, sus pasos no dudan.

Él, en cambio, carga con un volcán en el pecho. Por fuera se muestra entero, casi indiferente, pero por dentro... por dentro se deshace. Cada encuentro es una puñalada disfrazada de rutina. La ve y lo único que desea es acercarse, robarle un beso como antes, decirle lo mucho que aún la ama. Anhela su aroma, la forma en que su risa llenaba cualquier vacío. Sueña con tenerla de nuevo, con hacerla feliz, con volver a empezar, aunque sea solo... tantito.

Y es que a veces no hace falta una tormenta para acabar con algo. Basta con un cambio sutil del viento, una decisión callada, un malentendido no dicho a tiempo. Y aunque se sigan viendo todos los días, aunque compartan el mismo espacio, ya no comparten el alma.

Lo irónico es que el destino, el mismo que los separó, ahora se encarga de juntarlos a diario, solo para recordarles lo que ya no son. Y él, en ese silencio, sigue esperando. No por una segunda oportunidad completa, tal vez solo por una mirada que diga "yo también", por una palabra, por un gesto que lo saque de esa muerte lenta que es verla sin poder tenerla.

A veces, el amor no muere. Solo se guarda, se contiene, se vive a escondidas. Y mientras ella lo olvida, él simplemente... sobrevive. Tantito.